Tiene la apariencia de un adulto mayor achacoso y descuidado, por su cabellera canosa en completo desorden, la barba crecida, una mata de pelos creciendo en cada oreja y la boca desdentada; pero al conversar emerge de él su espíritu alegre, descomplicado y bromista, lleno de recuerdos forjados al vaivén de una trayectoria multifacética.
Marco Antonio Macías Mendoza nació hace 72 años en un lugar del Cantón Santa Ana, donde se curtió de los rigores del campo a la vez que asistía a la escuela y adquiría los modales de respeto y cortesía inculcados por sus mayores. En 1955 se estableció en la ciudad de Manta y a la par de emplearse en diversos oficios iba conociéndolos y adiestrándose en ellos hasta convertirse en un obrero multifuncional.
Eso le sirvió para conseguir empleo en el Municipio, que lo tuvo durante 32 años alternándose en las funciones de mecánico, chofer, electricista, sastre y pescador. Se acogió al derecho de jubilación en una de las administraciones del alcalde Jorge Zambrano.
Con todas esas vivencias en su memoria, Marco Antonio es un conversador que despierta el interés de sus interlocutores y los mantiene atentos y sonrientes a lo largo de toda la plática. Intercala pasajes duros de su vida con situaciones hilarantes vividas por él o sus conocidos.
Desde hace 15 años trabaja como microempresario vendiendo golosinas, tarjetas y folletos con oraciones, rezos y fotografías de santos. Cada tarde, antes de las 17h00, estaciona su triciclo (acondicionado como vitrina) frente a la puerta principal del Templo del Divino Niño en el Barrio Altamira de Manta.
Justamente allí lo encontramos un día que fuimos por una fotografía de la fachada del templo. Hacía pocos minutos que había llegado y estaba ordenando la mercadería en su vitrina móvil. No quisimos perturbarlo pidiéndole que se retire por un momento para hacer la foto con el frontal del templo completamente despejado. Hicimos algo mejor. Nos acercamos a conversar con él para conocerlo y extraer esta historia.
Su trabajo allí no es muy rentable, apenas vende entre 1.5 y 2 dólares por día de lunes a viernes, cantidad que se incrementa los fines de semana y feriados cuando alcanza entre 15 o 20 dólares por jornada (Permanece en el lugar desde las 17h00 hasta las 21h00 de cada día). Sin embargo, Marco Antonio no se siente apremiado porque recibe la mensualidad de su jubilación y de cuando en cuando se ocupa en alguno de los oficios que sabe, para redondear sus ingresos. Aparte de que sus hijos (7 varones y dos mujeres) son totalmente autónomos.
También las hace de curandero para familiares y conocidos que lo reconocen como tal. Él dice que sus tratamientos son básicamente naturales, asistidos por su gran fe en Dios y unos cuantos conocimientos adquiridos en libros de Botánica y Medicina Natural que lee con frecuencia. Sus allegados le consideran un sobador diestro de eficacia probada. Asegura que algunas veces ha salvado de la muerte a pacientes que habían sido desahuciados por los médicos.
Es devoto de San Antonio y recuerda que cierta vez, mientras atendía su microempresa, sufrió un dolor agudo en el apéndice, que al parecer estaba inflamado. Inmediatamente invocó al santo y le pidió que le calme el dolor y lo cure. Recuerda que al poco rato se sintió aliviado y nunca más ha tenido ese problema.
De pronto aflora su vena humorística con el desparpajo singular de la ruralidad y nos suelta esta anécdota. Un día que él estaba inclinado atendiendo su negocio, un abogado amigo suyo llegó sigilosamente y se colocó detrás, diciéndole: “¡Qué posición tan provocativa, marquito!” Sin perturbarse, Marco Antonio preguntó: “¿Tiene hambre, abogado?” y señalando las partes delanteras en la entrepierna de su propio cuerpo, invitó: “Aquí tiene su desayuno”.