“En esta hora de odio, en que el crimen era una proeza y la multitud, ebria de furor, muchos se disputan la hazaña de haber dado muerte a los presos”. (Loor Moreira)
Por Joselías Sánchez Ramos (*)
“Las revoluciones no las hacen jamás los hombres, sino los acontecimientos: son la consecuencia ineludible de antecedentes, que nunca quedan estériles”. (José Peralta.- Eloy Alfaro y sus victimarios, 1918)
Desde el domingo 28 de enero de 1912 al miércoles 28 de enero del 2015 transcurren 103 años de la muerte, arrastre e incineración del General José Eloy Alfaro Delgado, pero él sigue vivo, vivo en miles y miles de jóvenes manabitas y ecuatorianos a quienes les ha enseñado que la libertad no se alcanza de rodillas y que la hora más negra es la que está más cerca del amanecer.
Alfaro nos ha enseñado que el camino de la gloria requiere de sacrificios, que la perseverancia, dignidad y altivez son atributos ecuatorianos. Alfaro vive, vive en mi cerebro, en mi corazón y en mis acciones, en mi familia y hermanos, en mis amigos, en mis hijos y en mis nietos.
Alfaro es el futuro. No es sólo la recordación. Alfaro es el nuevo sueño. No es solo la repetición de su epopeya. Alfaro es la vida de quienes han superado el odio para construir la paz desde cualquier lugar donde se ejerza la vida ecuatoriana.
La muerte
Su muerte, ocurrida al medio día en el Panóptico García Moreno, es conocida, repetida, comentada, recordada y exaltada. Participan ocho personas, según describe el historiador manabita, Wilfrido Loor Moreira en su obra “Eloy Alfaro” (1982).
Todo comienza en Guayaquil. Las fuerzas alfaristas son derrotadas en la batalla de Yaguachi. Alfaro, 70 años, ha regresado desde Panamá a fines de 1911 para mediar entre sus fuerzas y las del gobierno que preside Carlos Freile Zaldumbide. El Jefe del Ejército es Leonidas Plaza. La rendición de Alfaro y su exilio voluntario es mediada por los cónsules de Gran Bretaña y Estados Unidos. No habrá represalias.
Freile y Plaza nada respetan. Plaza detiene a Alfaro y sus lugartenientes. Freile ordena que sean llevados a Quito. En Huigra se detienen para almorzar. Al italiano Catani, dueño del hotel, Alfaro pide que lo despida de sus hijos, que acompañen a su madre, que no beban nunca pues no hay nada peor que la embriaguez. “Dígales usted que voy a morir, pensando en ellos, hijos queridos de mi alma”. (Pareja Diezcanseco)
El tren llega a Quito a las 11h15. Debía haber llegado a las 04h00. En un automóvil blanco los conducen por la Calle 24 de Mayo repleta de gente que ya había sido alertada. Insultos y piedras. “¿Tiene miedo a la muerte?” pregunta Eloy a Medardo. “Ningún Alfaro ha temido nunca al peligro. Sigamos al sacrificio”. Se llega al panóptico. Alfaro es el primero en salir. Viste pantalón negro, chaleco blanco, levita azul marino, en su cabeza un sombrero manabita y en sus manos un bastón puño de oro. Le siguen Flavio que está herido en la pierna y Medardo Alfaro, Manuel Serrano, Ulpiano Páez y el periodista Luciano Coral. La confabulación está en marcha.
Luis F. Donoso Escobar, soldado de las campañas de Huigra, Naranjito y Yaguachi en el Ecuador Escolta, se refiere que “al regresar su batallón a Quito, el 28 de enero a las siete de la mañana, sobre la ría de Guayaquil, a bordo del vapor Colón se hizo pública la noticia del asesinato y arrastre de Alfaro, cuando este hecho ocurrió cinco horas después, a las doce del mismo día”, describe Wilfrido Loor Moreira.
Las órdenes fueron precisas. “No dejen pasar a nadie, pero cuidado con estropear al pueblo ni darle de culatazos”. Un centinela grita a la muchedumbre: “Tenemos orden de no disparar contra el pueblo.”
Ocho individuos son los primeros en entrar y con precisión se encaminan a la celda donde están los prisioneros. Dos soldados con sus rifles, cuatro muchachos y dos criminales, relata Loor Moreira. Entre ellos iba José Cevallos el cochero del Palacio Presidencial. La puerta se abre de un golpe. “¡Silencio! ¡Qué quieren de mí!”, increpa Alfaro. Cevallos le da un barretazo y le dispara un tiro a la cabeza.
“¡En el nombre de Dios! prostitutas, ladrones y frailes, alargaron las manos sobre el menudo cuerpo, a tantearle, a dejarle sin sonido, a desgarrar sus ropas, a tocarle alguna vez, ídolo muerto. No podían hablar, pero reían. Se dieron placer en clavar las uñas y robarle. Desnudo ya, descolgado de su aventura, le llevaron hasta el filo del corredor y de allí lo aventaron contra el patio”. (Pareja Diezcanseco).
Siguen Páez, Medardo Alfaro, Serrano, Coral a quien le arrancan la lengua y finalmente Flavio quien, herido y todo, opuso resistencia. Los cadáveres desnudos o con poca ropa interior son arrojados, de las celdillas al piso bajo y de aquí los entregan a la multitud que los arroja del pretil del panóptico a la calle.
“En esta hora de odio, en que el crimen era una proeza y la multitud, ebria de furor, muchos se disputan la hazaña de haber dado muerte a los presos”. (Loor Moreira)
El arrastre
El infame y salvaje arrastre de los cadáveres por las calles de Quito, es conocido, repetido, comentado, recordado y exaltado. Participan una muchedumbre enardecida por el odio y el alcohol y se acusa de autores intelectuales a los ex presidentes Leonidas Plaza, Lizardo García, Emilio Estrada, los encargados Carlos Freire Zaldumbide, Carlos R. Tobar, al clero católico, al arzobispo Federico González Suárez, los dominicos de Quito, al ministro de Gobierno Octavio Díaz, al ministro de Guerra, general Juan Francisco Navarro, al cuñado de Plaza, Juan Manuel Lazo y a otros que traicionaron a Alfaro, según reseña José María Vargas Vila en su obra “La muerte del Cóndor”.
“Cuerdas oportunas fueron distribuidas. Todos desnudos. A unos de los pies, a otros de los brazos, los arrastraban. Celia María León, La Pájara, se había prendido la primera y marchaba cantando. La cabeza en compás. El jefe de guardianes del panóptico, Arroyo, que había hecho disparos certeros de guía, brincaba de gozo. Y los niños descalzos, curiosos, corrían en pos de los cuerpos, cuesta abajo. ¡Al Ejido!” (Pareja Diezcanseco)
El macabro desfile baja desde el Panóptico, por la Calle Rocafuerte hasta la Plaza de Santo Domingo. Varias mujeres, entre las que se identifica a Rosario Cárdenas, Mariana León, Rosario Llerena, Luz Checa, se apoderan del cadáver de Flavio Alfaro. El sacerdote Alfonso Ma. Jerves dice: “yo vi desde mi convento que el cadáver de Eloy Alfaro iba arrastrado de cinco sogas, una al cuello, dos a las muñecas de las manos y dos a los pies y lo custodiaban dos soldados con Manglicher a derecha e izquierda, este último arrastraba también de su soga”. (Loor Moreira)
Hay alegría en todos los rostros. Las turbas se hallan resguardadas por las bayonetas. Desde las ventanas aplauden frenéticamente. González Suárez calcula que una multitud de 20 mil personas participa en el arrastre que, desde la Plaza de Santo Domingo, se divide en tres grupos. Los cadáveres de Eloy Alfaro y Páez toman por la Calle Guayaquil hacia la Plaza de la Independencia, de allí a El Ejido. Los cadáveres de Coral y Serrano siguen por la Calle Flores rumbo al norte. Los cadáveres de Flavio y Medardo Alfaro son llevados por la Rocafuerte.
Mi padre, doce o trece años, desde El Cebollar, corre curioso. Se mete entre la multitud y ve el horroroso arrastre. En su mente infantil queda grabada la escalofriante escena que nos narrará con dolor. No entiende lo que ve. Escucha el nombre de Alfaro y muchos insultos. ¿Por qué lo odian y lo arrastran? Entre el horror y la curiosidad se propone conocer la tierra de ese hombre que queman, que insultan y que no le teme a la muerte. Cuando llega a Manta, a sus catorce años, comprende por qué es la tierra de la libertad. Entonces decide que tiene que casarse con una montecristense. Mi bisabuelo y abuelo materno, campesinos montecristenses, también forman parte de las huestes montoneras. Nos sentimos orgullosos de nuestro alfarismo.
La incineración
La incineración de los cadáveres en El Ejido de Quito, es conocido, repetido, comentado, recordado y exaltado; es la demostración del más puro fanatismo y de la más baja condición humana. Es “La Hoguera Bárbara” que Alfredo Pareja Diezcanseco retrata en su obra.
Roberto Andrade escribe: “Aquel como alud, grupo de brujas o arpías, en algazara y carrera endemoniada; aquel cortejo de diablos con apariencia fúnebre fue a detenerse en el ejido norte donde fueron incinerados los cadáveres, diríase entre danzas y gritos salvajes”.
Alfredo Pareja Diezcanseco, describe: “En el dilatado parque se partieron los despojos. Gritos y saltos, una pierna jugaba de mano en mano, testículos arrancados pasaban por sobre las cabezas. Y un bárbaro de ojos rojos pidió que le mirasen la prueba: levantó con ambas manos un cráneo hueco, colmado de chicha, y se puso a brindar y a beber… Olor a carne quemada hízoles abrir las narices. En la punta de una bayoneta, la barba de don Eloy viajaba iluminada por las llamas”. Macabro. Fue un domingo de caníbales.
“Los cadáveres se colocan sobre las hogueras en posiciones inmorales en medio de los aullidos en que se viva la Constitución, cuando en realidad debía gritarse, viva la prostitución”, se lee en un folleto que se imprime en Panamá con los auspicios de Olmedo Alfaro.
La mañana estaba lluviosa pero a las dos de la tarde, el día es claro y con mucho sol. Aunque el grueso de la muchedumbre se ha retirado, la fiesta de la pira y los cadáveres continúa. Llega la noche. La familia del Gral. Ulpiano Páez ha recogido ya su cadáver. A la media noche la policía recoge los otros cuerpos para el reconocimiento judicial.
Se elaborará una partida de defunción como consecuencia del examen de cadáveres cuya incineración de casi 12 horas hacía imposible su reconocimiento y en las que, por obvias razones, no se incluyen declaraciones testimoniales. De dos cadáveres sólo existía el tronco.
A las seis de la mañana de ese domingo 28 de enero, a Manta llega Leonidas Plaza con su Estado Mayor y tropa. Sabe bien que la confabulación se cumpliría al pie de la letra.
La vida
A lo largo de estos 103 años, el pueblo ecuatoriano va conociendo los hechos, hechos que el Dr. Dumar Iglesias Mata testimonia en su obra “Los asesinos de Alfaro” (2012) para “que no desarraigue del alma popular el recuerdo doloroso de los pormenores que conducen a escribir una de las páginas más negras de la historia nacional del Ecuador”.
Ecuador, el 26 de septiembre del 2003 lo declara "Héroe Nacional, insignia del Ecuador, signo de la Patria, ejemplar voluntad histórica, gobernante, militar y ciudadano. Paradigma de las generaciones que le suceden".
La Asamblea Constituyente, reunida en Montecristi (2008) rinde homenaje al héroe de la libertad. Sus cenizas reposan en el mausoleo. Allí está la inspiración del maestro Ivo Uquillas, esa misma inspiración que proyecta su monumento en la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí.
Alfaro se reivindica a sí mismo, no porque lo declaren el mejor ecuatoriano de todos los tiempos o porque designen como Ciudad Alfaro a la sede de la Asamblea o porque a su tierra natal la declaren “Patrimonio natural, cultural e histórico”, no, sino porque Alfaro es el único héroe ecuatoriano que nos ha enseñado la dignidad de ser ecuatoriano, el hombre de la costa ecuatoriana que ha superado el complejo del crujir de dientes que se escucha en las pinturas de Guayasamín. No tiene parangón en la vida histórica de la República del Ecuador. Alfaro es el hombre del optimismo y del valor. El hombre del perdón y olvido. Es el hombre de la gloria y no de los complejos. Alfaro es manabita y es ecuatoriano.
Alfaro vive, vive en miles de jóvenes ecuatorianos que hoy están comprometidos en esta revolución del conocimiento. Alfaro es el futuro. No es sólo la recordación. Alfaro es el nuevo sueño. No es solo la repetición de su epopeya. Alfaro es la vida de quienes han superado el odio para construir la paz desde cualquier lugar donde se ejerza la vida ecuatoriana.
Bibliografía
Alfaro Reyes, Eloy (2012) “Medio siglo de lucha”, Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Chimborazo,
http://www.culturaenecuador.org/images/stories/documentos/libros/mediosiglo.pdf
Andrade Rodríguez, Roberto (1985) “Vida y muerte de Eloy Alfaro”, Editorial El Conejo, Quito, Ecuador.
Iglesias Mata, Dumar (1995) “Eloy Alfaro, 100 facetas históricas”, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Manabí, Portoviejo, Ecuador.
Iglesias Mata, Dumar (2012) “Los asesinos de Alfaro”, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Manabí, Portoviejo, Ecuador.
Janón Alcívar, Eugenio de (1948) “El viejo luchador”, Editorial Talleres Gráficos Nacionales, Quito, Ecuador.
Loor Moreira, Wilfrido (1982) “Eloy Alfaro”, 2da edición, Editorial Talleres Gráficos Minerva, Quito, Ecuador.
Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana, Comp. (2013) “Eloy Alfaro, líder de nuestra América”, http://cancilleria.gob.ec/wp-content/uploads/2013/11/libro-eloy-alfaro-final-7-octubre-2013.pdf
Pareja Diezcanseco, Alfredo (2002) “La hoguera bárbara”, Editorial Libresa, Quito, Ecuador.
Peralta, José (1918) “Eloy Alfaro y sus victimarios”, Fundación internacional Eloy Alfaro,
Vargas Vila, José María (1912) “La muerte del cóndor”, Editorial Quito, Ecuador.
Manta, 2013-01-27
(*) José Elías Sánchez Ramos. Académico de la comunicación, periodista, docente universitario, historiador manabita. Condecoración “Asamblea Nacional de la República del Ecuador, Dr. Vicente Rocafuerte” al mérito cultural y educativo. Condecoración “Eugenio Espejo” al mérito periodístico por la Federación Nacional de Periodistas del Ecuador. Condecoración al mérito periodístico por el Municipio de Manta, Manabí. Declarado “Patriarca de la Facco” - Facultad Ciencias de la Comunicación de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí, por ser gestor, impulsador y visionario de su creación.”
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alexander_rodriguez_m@hotmail.com (sábado, 31 enero 2015 10:53)
Intersante artìculo de ELOY ALFARO, del señor Lcdo Joselías Sánchez Ramos :bajo la mirada histórica contemporánea.