Ocaso

Relato sincero y conmovedor, del hijo que al ver a su madre postrada padeciendo los embates devastadores de una enfermedad degenerativa e irreversible, añora los momentos de la juventud cuando todo eran alegrías y esperanzas en la familia y su entorno.

Una madre senil, junto a su hijo compasivo, en un lugar de reposo. Guayaquil, Ecuador.
En un lugar de reposo para pacientes seniles, acompañada de familiares.

Por José Ramón Moreira Aliatis

Empresario, ingeniero comercial y periodista.

ing.jrma@hotmail.com

 

La mente de ella en sus momentos de lucidez se retrotrae a vivencias de una época muy dura y muy feliz, con deseos de repetirla. Eran los días de las sonrisas y carcajadas, como cascadas con cantos de aves resonando por el campo; en las laderas, por las siembras en las cosechas, en la creciente de los ríos (ya pescando camarones, ya chapuzándose).

 

De figura como liana fuerte, de cuerpo amazónico resistente a las inclemencias del clima que lo desafiaba con desdén, con altanería de años mozos… Es originaria de la ruralidad manabita, donde tienes que aprender a hacer de todo para sobrevivir, desde jabón hasta inyectar para curar.  

 

Hace mucho. Cimbreante, con la insolencia propia de su juventud. De piel tersa, erguida, guapa, muy guapa, producto propio de la mujer campesina que lucha con todo y contra todos. Con disciplina religiosa se encargó de la crianza de los hijos. Dedicada en cuerpo y alma al hogar, para sacar adelante a su prole en conjunto con su consorte, Pepe, del que fue fiel compañera hasta que la muerte los separó (De eso hace ya dos décadas).

 

La soledad en los seres humanos es una mala compañía, mala consejera. Enlentece, enloquece, envejece, es causa de desórdenes mentales, así como lo es la inactividad; se convierte en una jaula dorada.

 

Trinando solitaria, llamando a alguien que ya no está, revoloteando en el mismo círculo, desesperada. ¡Qué triste es escuchar ese canto! Por muy soberbios y altivos que hayamos sido en los primeros tiempos, al final ni la sombra de esa irrealidad nos acompaña.

 

Se comenzó a advertir cambios en su personalidad al tener periodos alternados de iracundia, llantos depresivos anormales con accionar regular, su mente comenzó a olvidar dónde dejaba las cosas. Repetitiva. Su inteligencia, antes tan despierta, está fallando; nombres o personas los está dejando de recordar. Ya no es selectiva en su vestimenta. Poco a poco su memoria se está quedando como una cinta magnetofónica en blanco, ya no graba muy bien.

 

“Ha durado bastantísimo, más que uno”, refiriéndose a personas que de repente recuerda y cree que están vivas. No hace caso, se ha vuelto caprichosa, necia; no le importa botar la basura a la calle desde el frontis de su casa. Y si se le llama la atención… insulta. Los recipientes de cocina que son de su uso, no quiere lavarlos; se pregunta quién viene que los ensucia. Si le dicen “apague la televisión” no lo cumple; está lista a la confrontación.

En el ocaso de su larga y productiva existencia, una dama de la Tercera Edad es alimentada por parientes. Guayaquil, Ecuador.
Alimentándola a pesar de que ella se resiste. Es el deber de los parientes.

Esconde, o mejor dicho, anda con la manía de guardar todo o de colocarlo donde ella en su memoria regresiva lo tenía antes. El aseo personal  y el arreglo son lejanos…


Se agota la paciencia. Las llaves de agua, las hornillas de la cocina, se desentiende de ellas; las deja abiertas. Las luces quedan prendidas. El entendimiento cada día se vuelve más lejano.

 

Ya no hay atracciones, deseos, ilusiones, diversiones. Las fiestas quedaron a la orilla del camino. Los vestidos, las chucherías, las fragancias ya no importan. Las piernas se secan, se arquean; se termina el pudor.

 

En ocasiones come bien. Cuando dice no tener hambre, a minuto seguido reclama que no le dan comida. Deja abierta de par en par la puerta de ingreso a la casa. Para cocer un huevo utiliza grandes cantidades de agua.

 

Por último, no quiere a nadie a su lado… no la soportan. Ya no hay carcajadas, la alegría de vivir la vida se terminó, la sonrisa es esporádica. De repente con la mirada transmite el deseo de ayuda. Vagabundea. ¡Cuántas veces se ha perdido! Imperativa, utiliza palabrotas para mostrar su enojo.

 

Está perdiendo la mente (“Demencia senil” la llaman). Está padeciendo la degeneración. El estado de deterioro de las neuronas es actualmente moderado, está en el trastorno del alejamiento progresivo del entendimiento. Cada día está más vulnerable a las inclemencias de las enfermedades, del medio…

 

¡Es mi mamá!

 

MANTA, octubre 29 de 2014.

Una madre de edad provecta recibe el afecto de su hijo. Guayaquil, Ecuador.
La visita y el cariño constantes de su hijo compensan los espacios de soledad en que asoman las divagaciones.


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