Hacia un Estado ideal (1)

El gran defecto de la democracia

Por José Risco Intriago

 

Lo que el mundo reconoce hoy como Estado (estructura orgánica legal que gobierna a un país) tiene muchos defectos que hacen poco placentera y demasiado insegura la vida de gran parte de la población. La democracia, su modelo mejor, está socavada por leyes que privilegian a los gobernantes hasta el punto de que ellos se consideren por encima de todos los demás. Ese entramado legal confunde a propósito mandato con renuncia; es decir, lo que el pueblo manda a sus elegidos para que coordinen y administren justamente la cosa pública, es confundido con renuncia de las potestades democráticas (“Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado” - DRAE) y entrega sumisa a los designios del grupo votado mayoritariamente.

 

Esto ha ocurrido desde el nacimiento de cada Estado y es una situación que empeora mientras crece el número de individuos de una sociedad, aumenta la producción económica y cambian las costumbres sociales. El grupo que gana una elección, encabezado por un presidente o primer ministro, da por sentado que los electores les han dado poder para erigirse como una casta social superior, con derecho a exigir veneración, sumisión y adulo de los demás. Nada menos.

 

Encaramados en la cúpula de esa estructura orgánica, donde hacen y deshacen sin rendir más cuentas que algún informe periódico maquillado a gusto del informante, dominan y controlan el pensar y quehacer de todos cuantos están abajo, obligándolos a vivir según los cánones nacidos al amparo de esa “superioridad” que se arrogan en nombre del pueblo. La obligación está patentada en las leyes, que igualmente someten a las fuerzas armadas para que dobleguen cualquier reacción contraria a lo impuesto desde arriba.

 

Con pocas palabras, los gobernantes estiman que ellos son absolutamente superiores al resto de la población y que los electores les escogieron para que dispongan del país a su antojo.

 

Aun en las sociedades consideradas más avanzadas, el que no es parte del Estado está siempre sujeto a un escrutinio y control más riguroso por parte de las ramificaciones de ese ente supremo que todo lo puede y en contra del cual pocos se atreven. Porque no obstante la división en funciones, que la ley separa e independiza unas de otras, la verdad es que quienes las dirigen o son miembros de ellas, asumen que están investidos de la misma superioridad y sus decisiones terminan ajustándose a esa corrosiva “solidaridad de cuerpo” que esconde arbitrariedades y corruptelas.

 

El defecto mayor de la democracia es concebir al Estado como un órgano supremo, en lugar de lo que el sentido común y el derecho natural mandan: un sistema coordinador y administrador de la cosa pública, dependiente del pueblo y sujeto al escrutinio y determinación de este. Y puesto que las palabras gobierno y gobernante se asocian a supremacía, deberían sustituirse por coordinación (nacional o seccional) y coordinador, respectivamente; y, los mandatarios y funcionarios a cargo, tendrían ningún derecho a reclamar pleitesía de quienes los eligieron, los mandantes verdaderos.

 

Quien decida servir a un país, como coordinador o administrador de una de las funciones (nacional o seccional) del Estado, entendería que debe cumplir un mandato sin esperar ningún privilegio y sin pretender poner el pueblo a sus pies.


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Comentarios: 2
  • #1

    MAYOR VOCACION POR EL DIALOGO (martes, 24 marzo 2015 17:50)

    alexander_rodriguez_m@hotmail.com
    Efectivamente, se entiende como bien lo señala el señor Lcdo José Risco, cumplir un mandato sin esperar ningún privilegio…Pues La democracia es, sin duda, el régimen político que tiene mayor vocación por el diálogo. Como valor ético de la política y como método para lograr consensos, el diálogo es consustancial a la democracia; permite la comunicación, el conocimiento, la comprensión, la empatía y los acuerdos entre actores políticos. Es también una forma de articulación dinámica entre la mayoría y las minorías, ya que en el proceso de toma de decisiones todos los actores políticos tienen el derecho de expresar sus puntos de vista para ser tomados en cuenta. De ese modo, el diálogo norma las relaciones entre los actores políticos, y entre éstos y la ciudadanía. Lo contario, será una degradación institucional.
    En un Estado de derecho democrático los ciudadanos tienen garantías que se vinculan directamente con el diálogo. Las libertades de conciencia, de expresión, de reunión, de asociación o el derecho de petición, por ejemplo, son conquistas que están en la base o suponen el ejercicio del diálogo. Asimismo, la democracia cuenta con instituciones y espacios como el parlamento y las campañas electorales en los que el diálogo -en sus diversas manifestaciones-- es la forma de relación por excelencia entre los actores .políticos. El diálogo es, pues, un medio para canalizar racionalmente la pluralidad política y también una forma de producir decisiones políticamente significativas y consensuadas.
    Perseverar en el diálogo es importante en una época como la actual, signada por profundos
    Cambios en todos los ámbitos.
    De aprobarse a fines de este año el paquete de reformas constitucionales preparado por el oficialismo, la Constitución del 2008 habrá sido reformada en 23 de sus normas, incluyendo disposiciones transitorias.
    Vale conocer que el promedio de constituciones que ha tenido el Ecuador desde su fundación como república ha sido de una cada seis meses .
    Debe anotarse que como es un “promedio” hay constituciones que han durado más de seis años, y otras menos.
    El jurista colombiano Bernal Pulido –cuyas obras son las más citadas, al menos hasta hace poco, por la Corte Constitucional– ha señalado que una reforma permitiendo la reelección presidencial indefinida haría de la Constitución del 2008 prácticamente otra Constitución. Poco quedaría ya de la Constitución del 2008 y sus 444 extensos artículos. Aclarando no puede confundirse una constitución con el plan de gobierno de la mayoría de turno.
    Los nuevos parlamentarios deben elegir entre dos caminos. Uno, plasmar un cambio de actitud, mentalidad y forma de hacer política. El otro, donde se mantienen algunos pocos que no desean abandonar la añeja, y cuestionada forma de gestión parlamentaria.La fe en la razón quiere decir confianza en la discusión, en los buenos argumentos, en la inteligencia que dirime las cuestiones obscuras, en contra de la pasión que las hace incluso más turbias y en contra de la violencia que elimina desde el inicio la posibilidad del diálogo.
    Por eso,una cultura política es democrática cuando las relaciones entre gobernantes y gobernados, ciudadanos, organizaciones y Estado se sustentan en valores como la igualdad política, la libertad, la tolerancia, el pluralismo, la legalidad, la participación, y, por supuesto, el diálogo. Fortalecer la cultura política democrática implica, entre otras tareas, consolidar el ejercicio del diálogo como forma de hacer política.

  • #2

    FIEBRE POR EL PODER (martes, 24 marzo 2015 19:07)

    Fiebre por el poder algo “raro” está pasando
    El carácter multidimensional del poder acentúa su complejidad; es toda una teoría cuya concepción se mantendrá se de o no se las reformas constitucionales .Eso es todo mis amigos